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Se ha notado un avance importante en el papel del sector privado en el desarrollo de un país. La responsabilidad social está cambiando de paradigma y ha empezado a dejar un rol asistencialista para sumir un rol estratégico en la creación de valor compartido.

 

Si bien muchas empresas han avanzado mucho con este enfoque, muy pocas son capaces de demostrar impactos importantes en la calidad de vida de las comunidades con las que se trabaja. Las empresas pueden haber empezado a preocuparse por cumplir con los estándares internacionales, trazarse la meta de ganar reconocimientos de sostenibilidad o de aparecer en los rankings de buenas prácticas; pero, en el fondo, esto aún no asegura un real impacto en las comunidades.

 

Lo bueno es que existe cada vez mayor preocupación por encontrar mecanismos útiles para medir el retorno de la inversión social. Diseñar proyectos sociales que puedan estar organizados con indicadores que permitan una evaluación de impacto robusta. Muchos de los proyectos sociales en los que se involucran las empresas no están orientados a generar cambios trascendentales y permanecen en el portafolio solo porque son lindos desde el punto de vista altruista, pero no desde el punto de vista de la sostenibilidad.

El impacto no va a crecer, necesariamente, si crece el presupuesto de gestión social, sino cuando las estrategias que se diseñan aseguren resultados tangibles. Hoy es posible contar con herramientas de medición que permitan analizar qué tan efectiva está siendo la inversión social; es decir, hoy se puede impactar mejor con menos recursos. Quien utilice esta herramienta para sus proyectos será la empresa que liderará la responsabilidad corporativa en la siguiente década en el país.

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