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Publicado el 21 Febrero 2019
Un acercamiento a uno de los fenómenos más llamativos y dramáticos del siglo XXI: el desplazamiento de poblaciones alrededor del mundo debido a los efectos del calentamiento global.
La degradación ambiental, el cambio climático y los desplazamientos humanos ya están entre nosotros. Aunque los países ricos contribuyen en un 80 % al calentamiento del planeta, estos cambios afectan más a los países tropicales y pobres del hemisferio sur.
Así, debido al cambio climático, se producen incendios forestales sin precedentes en California y en el sur de Chile. Hay tormentas tropicales en el Caribe, en Indonesia y en Filipinas, y la elevación del nivel del mar, a causa de la desglaciación del Antártico, del Ártico, del Himalaya, de los Andes y de los Alpes, ya ha empezado a afectar las costas de países-islas como Tuvalu, Maldivas, Salomón, Marshall, Fiyi y otras del Caribe.
El estrés hídrico afecta a países tropicales de América del Sur (entre ellos el Perú), a países mediterráneos, a países del África sahariana y subsahariana y del Medio Oriente, y provoca en todos estos lugares conflictos sociales por el acceso al agua. Estos cambios generan no solo inseguridad alimentaria, sino también la pérdida de la biodiversidad terrestre y marina.
A todos estos impactos globales, se suman el deterioro ambiental, debido a la producción de gases de efecto invernadero, principalmente de origen fósil, y del gas metano que resulta de los excrementos de la ganadería; y la contaminación de los océanos, causada por los desperdicios generados por el hombre, principalmente el plástico. Y, si a esto le sumamos los efectos originados por la gran, mediana y pequeña minería, y la deforestación que reduce la producción de oxígeno y la captación del anhídrido carbónico, el panorama llega a ser desolador en varios lugares del planeta.
Todo esto explica por qué los seres humanos están abandonando sus lugares de origen y comienzan a ser conocidos como migrantes o refugiados climáticos. A pesar de que todos ellos son migrantes involuntarios, como los de las guerras, los conflictos étnicos, religiosos o políticos, las Naciones Unidas todavía no los reconocen como tales y no les otorgan los mismos derechos que tienen estos.
La primera migración empezó hace unos 65.000 años.
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Un portal de información de la ONU —UN Environment— estimó hace dos semanas que para el 2050 habrá entre 50 y 200 millones de desplazados climáticos y ambientales en el mundo. El Perú, obviamente, no es ajeno a esta catástrofe ambiental. Es más, está entre los cinco y diez países más vulnerables, junto con Bangladesh, Haití, Honduras, India, Somalia, Sudán del Norte, Yemen, entre otros.
Las razones para ocupar este lugar son múltiples. En primer término, tenemos el 71 % de los glaciares tropicales del mundo y hemos perdido ya hasta un 40 % de estas fuentes fundamentales para la producción de agua dulce, necesaria para el consumo humano y la actividad agropecuaria, debido a la desglaciación. Esto se agrava porque el 56 % de la población peruana vive en la costa desértica, que depende en un 80 % de las aguas de los glaciares, las lagunas y los ríos superficiales y subterráneos andinos. Lima, que alberga la tercera parte de la población nacional, es una de las dos capitales del mundo —la otra es El Cairo— ubicada sobre un desierto. Esta condición la hace vulnerable al estrés hídrico que puede afectar su sostenibilidad
Asimismo, el Perú tiene el 87 % de los pisos ecológicos de un máximo de 109 que tiene el planeta, con una gran biodiversidad que abarca muchas plantas y animales en vías de extinción. Debido a nuestra geografía también somos vulnerables a los grandes deslizamientos en épocas de lluvias. Y, como somos un país minero, esta actividad está contaminando el agua y modificando el paisaje natural, tanto en la sierra como en la selva; además, debido a la tala indiscriminada, estamos perdiendo aceleradamente el bosque amazónico.
Por todas estas razones nuestro país está muy expuesto a los efectos adversos del cambio climático y al deterioro ambiental.
En los últimos tiempos, estos cambios ambientales están obligando a poblaciones enteras a desplazarse de las zonas pobres altoandinas hacia las grandes y medianas ciudades serranas, de ceja de selva y costeñas. Sin embargo, esta movilidad forzada es todavía desconocida por las autoridades y por la misma población en general. Una de las razones de su invisibilidad es que no se cuenta con estadísticas nacionales. El censo poblacional de 2017 no nos da información de cuántos son, dónde están, ni cuáles son las regiones más vulnerables a este tipo de migraciones.
Una mujer keniana bebe agua que obtiene del cauce de un río después de 12 meses de sequía.
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Después de haber enseñado, publicado e investigado sobre las migraciones convencionales internas e internacionales, hace diez años me he dedicado a analizar la relación entre cambio climático, ambiente y migración. Hace seis años, junto con dos colegas, y con los auspicios de la Universidad de las Naciones Unidas, con sede en Bonn, y el Institute for Environment and Human Security, de Alemania, realicé un primer estudio piloto en cuatro regiones del Perú: en Piura, en la sierra y la selva central, en el callejón de Huaylas, y en la zonas altas de la provincia de Espinar, en Cusco. El objetivo de estos estudios ha sido explorar esta relación. Para ello, se realizaron talleres con las cuatro poblaciones, a las que se les formuló una pregunta clave: ¿cuáles son las razones por las que ha migrado, además de las laborales, educativas, familiares, etc.? La respuesta en los cuatro casos fue la misma: “La falta de agua para el consumo familiar y la agricultura, la contaminación de la misma por el deterioro ambiental, la inseguridad alimentaria, las sequías más prolongadas que lo usual, además de las actividades mineras formales e informales”1.
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Después de haber realizado estudios bibliográficos y de campo, empecé en 2012 una investigación sobre el mismo tema en la sierra central del Perú, en el nevado de Huaytapallana, para analizar el impacto de su desglaciación en la producción de agua y en las ceremonias rituales de peregrinación a este apu. Como resultado de estos trabajos de campo, publiqué el primer libro sobre este tema en el Perú2.
Hace dos meses, en noviembre de 2018, he terminado otra investigación, con auspicios de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) con sede en Lima, en la cuenca que nace del nevado de Huaytapallana y que llega hasta la ciudad de Huancayo, una de las dos más grandes de la sierra, junto con el Cusco3.
La casi desaparición del Pastoruri, en Áncash, es uno de los ejemplos más evidentes de los efectos del cambio climático en nuestros nevados.
Los datos recolectados y analizados confirmaron los estudios anteriores: existe una relación directa entre cambio climático y migración. Entre los resultados más relevantes, puedo citar los siguientes:
Primero: se comprueba nuestra condición de país vulnerable a los efectos del cambio climático. Al respecto, se constató en el área de estudio, la pérdida de hasta un 40 % de la masa glaciar del Huaytapallana, que para el 2040 habrá desaparecido. Esta es la razón por la que las poblaciones que se benefician del agua del glaciar ya empezaron a migrar. En el futuro llegarán compulsivamente hacia las ciudades de la selva central y otros destinos.
Segundo: se evidencia la creciente contaminación ambiental, en particular del agua fresca del río Shulcas, debido a la actividad minera y a la producción de residuos sólidos que no son reciclados ni destinados a lugares seguros. Otra razón es la utilización de abonos químicos para la agricultura que amenazan la biodiversidad, además del consumo de productos del mercado que han sustituido a los producidos por las poblaciones mismas (artesanías, abonos orgánicos, etc.).
Tercero: se evidencia que los veranos más prolongados estimulan las sequías y la pérdida de las fuentes de agua en las partes altas cercanas a los glaciares. Esta es una de las razones para el desplazamiento de las poblaciones de altura hacia las partes más bajas de la cuenca.
En conclusión, si bien los efectos del cambio climático y el deterioro ambiental son globales, estos tienen consecuencias particulares en el Perú, aunque, paradójicamente, nuestro país solamente sea responsable del 0,4 % de la emisión de gases de efecto invernadero en el mundo.
Mientras en el Perú no contemos con estudios sobre estas migraciones y carezcamos de información sobre sus causas, no podremos establecer dónde se encuentran los lugares más vulnerables ante este tipo de fenómenos, espacios que solo aumentarán en un futuro próximo. Incluso, si no contamos con medidas de alerta temprana y de adaptación a los desastres naturales e inducidos por el cambio climático —como sucedió con el último fenómeno de El Niño en la costa norte y en otros lugares recurrentes—, seguiremos experimentando más éxodos poblacionales. Tendremos más refugiados por el clima, los que se convertirán en los nuevos desplazados del siglo XXI.