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Publicado el 20 Febrero 2019
Nazia Loayza creó un proyecto de planta de tratamiento que disminuye los niveles de turbiedad.
La ingeniera químico Nazia Loayza creció en un pueblo del Vraem donde se bebía agua color chocolate. Diseñó y construyó un prototipo de planta de tratamiento de agua, que disminuye los niveles de turbiedad. El modelo podría imitarse en localidades más alejadas.
En el distrito de Santa Rosa, Ayacucho, la chocolatada no solo se sirve en la Nochebuena. En este lejano poblado del Vraem, las personas se bañan y, contradictoriamente, terminan más sucios.
“¿Cómo está el agua?”, preguntaba la pequeña Nazia. “De chocolate”, le contestaban.
Nazia Loayza creció aquí, donde solo había agua turbia para beber y se juró estudiar para ser ingeniera química “porque en esta carrera realizamos procesos para el tratamiento del agua”. A sus 24 años, hace sus sueños realidad: desarrolla estudios de investigación del agua gracias al apoyo de USAID y del Centro de Competencias del Agua (CCA).
El prototipo
Con la ayuda de su tutor, el profesor Cipriano Mendoza de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga (UNSCH), Loayza diseñó y construyó un prototipo de planta de tratamiento de agua, que baja los niveles de turbiedad, incluso para aguas ácidas producidas por la minería, que tienen una gran cantidad de arsénico, mercurio y otros metales pesados que son potencialmente dañinos para el medioambiente.
“Debemos recordar que los seres humanos somos pasajeros en este mundo, así que cualquier cosa que hagamos debe ser amigable con el medioambiente. Mi equipo, además, mejorará la calidad de vida de la población, ya que podrá disminuir la tasa de desnutrición y bajará la frecuencia de las llamadas enfermedades hídricas, como tifoidea, gastritis, etcétera”, añade Nazia, mientras sus compañeros la ayudan a montar su planta piloto.
Cambios urgentes
Un informe reciente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), creado por las Naciones Unidas, reveló la imperiosa necesidad de implementar cambios inmediatos para limitar el calentamiento global a 1.5 °C en lugar de 2 °C, como recomienda el Acuerdo de París.
Este documento, además, advierte que la fecha límite será el 2030, ya que luego las consecuencias serán catastróficas e irreversibles.
“El Centro de Competencias del Agua cuenta con el programa Agua Andes, cuyo objetivo es entender los elementos que garantizan la seguridad hídrica desde las cumbres hacia los valles más bajos. En esta búsqueda de desarrollar conocimientos, tecnología y soluciones, trabajamos en la formación de talentos por medio de procesos de investigación orientados a dar soluciones a los problemas relacionados con la gestión del agua”, explica el presidente del CCA, Bram Willems.
La entidad cuenta con un programa MBA en Gestión del Agua, que se realiza conjuntamente con la Universidad Peruana Cayetano Heredia.
Esta organización subvenciona los estudios de investigación de alumnos del último año del pregrado y de maestría, gracias al financiamiento que recibe de una red de universidades de Bélgica, de organizaciones de USAID y Lloyds’ Register Foundation, y la invalorable ayuda de la UNSCH. En castellano: financian los trabajos de investigación, con el único requisito que el tema por investigar sea el agua.
Sin discriminaciones
Junto a Nazia, hay otros estudiantes que desarrollan trabajos similares, que se proponen beneficiar a las poblaciones que carecen de agua potable.
“Tengo que agradecer a todas las personas que trabajaron conmigo y que no discriminaron mi potencial frente al trabajo por ser mujer. Me enseñaron lo que se le enseña a cualquier estudiante en el taller de electromecánica, como el amoldado en el torno, cortar cables y latas, y me trataron como a un alumno más sin pensar en ningún momento que por ser mujer no lo podía hacer. Recordemos que hace poco una mujer ganó por primera vez el Nobel de Física; por ello, les digo a las niñas que estudien, ya que nadie las puede limitar”.
Mientras le retiramos los micrófonos, Nazia comenta, a modo de recuerdo, las veces que tenía que sacar el lodo de sus cabellos negros luego de cada ducha. “Si no encuentro ayuda para poner una planta de tratamiento que funcione para todo el distrito de Santa Rosa, por lo menos lo haré para mi mamá”, jura esta ayacuchana, hija del Vraem, esa niña de las trenzas negras llegada de entre montañas y valles. No dudamos de que lo hará.