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“¿De qué vale saber cuándo nació San Martín en esta pandemia?”, pregunta Flor de María Curahua, directora pedagógica de la Escuela Niños del Arcoiris, un espacio educativo ubicado en Urubamba, el Valle Sagrado de los Incas de Cusco, que anualmente acoge a cerca de 250 niños de entre 3 y 13 años en condición de vulnerabilidad para brindarles educación de calidad, el Objetivo del Desarrollo Sostenible 8. “¿De qué vale que conozcan la fecha en que llegó al Perú si no van a saber cómo aplicarlo en la vida?”.  

La educación, tradicionalmente, ha planteado el enfoque en el resultado. De hecho, explica Flor de María, las calificaciones no evalúan el proceso, sino el producto final. Si no se cumple con los estándares definidos por los profesores, el estudiante puede ser reprobado. Este sistema, conocido y aplicado en la mayoría de las escuelas del Perú, la región latinoamericana, e incluso en el mundo, ignora el contexto de cada estudiante, dejando atrás a los más vulnerables; y no está dando resultados. 

 

No, al menos, en el contexto en el que viven los estudiantes de la Escuela Niños del Arcoiris, donde un 81% de las familias se quedó sin trabajo debido a la pandemia; un 20% presentó violencia en el hogar; un 91% tuvo algún miembro con depresión, y un 20% con alcoholismo, según las cifras de la Fundación Niños del Arcoiris, que se asentó en la zona en 2001.

 

Flor de María pone como ejemplo el caso de Yamel, un niño que vive en la comunidad de Huatata en el distrito de Chinchero, en Cusco. No tiene agua en casa (ninguna familia cuenta con agua potable y el acceso no está disponible las 24 horas), un recurso vital, especialmente en medio de la crisis sanitaria por el COVID-19. Sus padres son quechuahablantes y no saben leer ni escribir en español. Sin embargo, aclara, “son muy sabios y sus conocimientos son empíricos, se basan en la experiencia y la observación, en su propia cosmovisión andina”. 

 

Por eso, el enfoque tradicional basado en resultados fue reemplazado por un enfoque socioconstructivista, en el que los niños se convierten en “protagonistas de su propio aprendizaje” y palabras como ‘proyectos’ o ‘evidencias’ les son mucho más familiares a los padres que los tradicionales exámenes y pruebas con respuestas correctas. 

 

“Se le ha enseñado al niño, pero también a los padres, que no valoramos el último día de trabajo, sino la creatividad, la colaboración, el pensamiento crítico, la resolución de problemas: las habilidades del siglo XXI”, dice Flor de María. Así, por ejemplo, como parte de la metodología ABP (Aprendizaje Basado en Proyectos), Yamel inventó un caño portátil con una botella de plástico para ayudar a su familia a mantener la higiene de sus manos en medio de una pandemia con escasez de agua. 

 

“Como adultos, podemos verlo como algo super simple y sencillo, pero él ha dado una solución basada en su propio contexto. Yo veo a Yamel, a sus 20 años, en la universidad, dando una solución a una problemática de su propia comunidad”, dice Flor de María.

 

EL IMPACTO SOSTENIBLE

Han pasado 20 años desde que Helena van Engelen, una mujer holandesa que llegó al Perú, decidió construir en un terreno de 2.7 hectáreas de tierra en el Valle Sagrado, el centro para niños de las comunidades más vulnerables que hoy se conoce como la Escuela de Niños Arcoiris. Desde entonces, la fundación y la escuela han ido en crecimiento, con la ayuda de donaciones y financiamiento externo. Ni siquiera la pandemia ha sido un impedimento para que esta se siga desarrollando. 

 

Las clases en las aulas se mantienen pero de manera virtual y, para ello, todas las familias han aprendido a usar herramientas tecnológicas como WhatsApp y Facebook. La atención nutricional se mantiene con canastas de alimentos balanceados y de primera necesidad destinadas a las familias, así como los programas de atención médica y dental y los talleres extraprogramáticos, respetando los aforos y las medidas de bioseguridad. 

 

El impacto es sostenible: 1.421 niños han recibido educación, salud y nutrición de calidad; 7.105 familiares han sido beneficiados a través de los programas Fundación Niños del Arco Iris, y 212.665 personas han sido beneficiadas a través de campañas de salud. El siguiente objetivo: cubrir la enseñanza secundaria para dar continuidad al enfoque educativo. Todo un reto, dice Flor de María. Pero lo vale: “estamos formando a los próximos científicos y líderes que van a solucionar los problemas que acarreamos como país, como región, como mundo”.

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